Tarjetas de San Valentín o el amor en época victoriana

Tarjetas de San Valentín o el amor en época victoriana

Si hay algo representativo de estas fiestas junto a los bombones y las flores son las famosas tarjetas de San Valentín, aunque quizás en España nunca hayan estado tan de moda como en los países angloparlantes.

Escribir cartas de amor, poemas, o canciones no es algo nuevo entre los enamorados, ni siquiera por San Valentín. Es una costumbre de la que ya tenemos una amplia muestra en el siglo XIV. Según los ingleses, esta moda la inauguraría entre la nobleza el Duque Carlos de Orleans, que en 1415 estuvo prisionero en la Torre de Londres tras ser derrotado en la batalla de Agincourt. El joven duque envió numerosas cartas y poemas a su esposa en Francia. Estos poemas (de los que se conservan más de sesenta cartas) dieron pie a que los nobles ingleses y franceses compusieran poemas de amor, que se enviaban sobre todo en San Valentín.

En el siglo XVII, las cartas románticas de San Valentín ya eran una costumbre plenamente consolidada en Reino Unido y otros países europeos. A esto se le uniría la moda de regalar flores o decorar las cartas con motivos florales cuando los nobles Seigneur Aubry de la Mottraye y Lady Mary Wortley Montagu, quienes visitaron la corte de Carlos XII de Suecia, exiliado en Turquía, trajeron a Europa “el lenguaje de las flores”, un sistema que asignaba significados específicos a cada tipo de flor. Esta era una antigua costumbre persa e hizo furor entre la nobleza para luego extenderse a toda la población, ávida por copiar el estilo de vida de las clases altas.

Tarjeta de Valentin, S XIX

A principios del S XVIII, los “diccionarios florales” eran de uso común en Inglaterra y habían dado pie a todo un código de señales que todo el que quisiera cortejar (o ser cortejado) debía conocer. Las rosas rojas eran las flores del amor por antonomasia, ya que se decía que eran las favoritas de Venus. La acacia amarilla significaba un “amor secreto”, la camelia era la representación de la pureza del amor, y el clavel de la coquetería. Luego se le unirían otros símbolos, como las tórtolas (que se emparejan de por vida) y los pequeños cupidos. Por entonces, las tarjetas de Valentín llevaban costosas decoraciones: encajes, terciopelos, lazos, flores secas, plumas e incluso espejos para reflejar “el rostro el amor”. Las tarjetas se hacían a mano, pero era tal su popularidad que no tardarían en llegar los procesos de fabricación en serie. Las más caras incluso tenían enmarcados de oro. Aún no eran una costumbre al alcance de todos.

En Estados Unidos las tarjetas de San Valentín tienen nombre de mujer: Esther A. Howland, nacida en Massachusetts. Esta artista y empresaria empezaría a diseñar y vender sus propias tarjetas, ya que las de importanción británica eran demasiado caras para los estadounidenses. Su idea fue tan popular que cuando vendió su negocio en 1880 para cuidar a anciano padre, la empresa que la compró siguió usando su firma para atraer a los compradores.

Esther. A Howland

En Estados Unidos este negocio se vio tremendamente favorecido por la Guerra de Secesión (de 1861 a 1865). Los soldados mandaban a sus amadas estas tarjetas que tenían espacio para poner fotografías. Las más populares incluían camafeos donde guardar grabados o cabellos de sus enamoradas. Cuando la guerra acabó, las tarjetas de San Valentín eran una costumbre consolidada tanto en Europa como en EEUU. Para entonces su precio era mucho más asequible, al igual que los sellos. Ya nada impedía que el amor llegase a todas partes.

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By | 2018-02-14T14:06:10+00:00 febrero 14th, 2018|Uncategorized|0 Comments

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