“…Y este fantasma era una mujer, y, cuando conocí mejor a esta mujer, le di el nombre de la protagonista de una famosa poesía, << El Ángel de la Casa>>. Ella era quien solía obstaculizar mi trabajo, metiéndose entre el papel y yo, cuando escribía reseñas de libros. Ella era quien me estorbaba, quien me hacía perder el tiempo, quien de tal manera me atormentaba que, al fin, la maté. Vosotras, que pertenecéis a una generación más joven y feliz, quizá no hayáis oído hablar de esta mujer, quizá no sepáis el significado de mis palabras cuando me refiero al Ángel de la Casa. La describiré con la mayor brevedad posible. Era intensamente comprensiva. Era intensamente encantadora. Carecía totalmente de egoísmo. Destacaba en las difíciles artes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo para comer, se quedaba con el muslo; si había una corriente de aire, se sentaba en medio de ella; en resumen, estaba constituida de tal manera que jamás tenía una opinión o un deseo propios, sino que prefería siempre adherirse a la opinión y al deseo de los demás. Huelga decir que, sobre todo, era pura. Se estimaba que su pureza constituía su principal belleza. Su mayor gracia eran sus rubores. En aquellos tiempos, los últimos de la reina Victoria, cada casa tenía su Ángel”.
Virgnia Woolf escribía sobre esta proyección de la perfecta mujer victoriana en su ensayo “Profesiones para la mujer”, basado en una charla dictada en Londres en 1931. Si contamos que la reina Victoria murió en 1901 y que esta fecha es considerada como el final de la era victoriana, nos damos cuenta de que la sombra de este ángel era larga y nefasta. La era victoriana encorsetó (literalmente) a las mujeres en el papel de las perfectas amas de casa. Mujeres que median sus virtudes y sus defectos según fuese su dedicación a la familia, a sus hijos y maridos si estaban casadas, a sus padres, hermanos y sobrinos si tenían la desgracia de quedarse solteras. Se pintó de perfección a una mujer cuya máxima virtud era la dedicación plena al hogar. Era terrible para las mujeres de clase alta, pero debía ser el infierno para las que pertenecían a la clase obrera, con horarios de más de doce horas y una casa que cuidar a sus espaldas. Así que Virginia, harta de que esperasen de las herederas de la época victoriana una anulación tan absoluta, clamó por la muerte del Ángel del Hogar. Pidió que las mujeres se librasen del yugo doméstico y saliesen al mundo a escribir, a viajar, a estudiar. A ser libres. Tan libres como los hombres, que nunca se vieron transformados en criaturas celestiales.
Han pasado ochenta y siete años desde que Virginia proclamase la necesidad de este asesinato, el ángel, que nunca murió del todo se ha encarnado en la diosa interior. Odio a mi diosa interior, mi diosa interior clama y reclama que me armonice con mi ciclo menstrual, que lo conozca y lo ame porque es lo que me hace mujer, que me abrace a mi capacidad de crear vida y sintonice gracias a esta maravillosa virtud que nos hace especiales, con todas las mujeres del mundo, mis hermanas. Así que mi útero, lo quiera yo o no, me convierta en mujer y eso me otorga un papel de creadora de vida, sagrada y distinta del hombre. Volvemos al tópico “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” porque las mujeres tenemos instinto maternal, es parte de nuestra divinidad, somos más dulces, más intuitivas, más sensibles, somos especiales, somos generosas, también somos más fuertes, resistimos más el dolor (a las mujeres se nos prescriben menos calmantes que a los hombres) y lo aguantamos mejor todo. ¿Y si no quiero aguantar? ¿Y si no quiero ser sagrada? ¿Y si no tengo útero? ¿Dejo de ser una mujer? ¿Las que no han sido bendecidas con la gloria del ciclo de la sangre no son mujeres? No puedo evitar ver una idea muy perversa en esta glorificación tan excluyente ¿Tienen que amar este ciclo las mujeres para las que es un doloroso tormento cada maldito mes? Tu diosa además te hace fértil, tus hijos son vinculo sagrado con ella, y exige dedicación perpetua. Eres madre antes que persona, madre biológica, por supuesto. Una madre sagrada, así que para dedicarte a la crianza en exclusiva debes dejar tu trabajo, debes amantar aunque no puedas, tus hijos serán tu realización. No necesitas más. No quiero quitarle la importancia a la maternidad, pero no debería ser una meta exclusiva y delimitante en la vida de nadie. Porque no soy solo una mujer, soy una persona, y quiero elegir. Quiero elegir el modelo de vida que prefiera y si quiero o no sentirme en comunión con mis tripas.
Soy profesora, soy escritora, pacifista, soy de izquierdas, soy escéptica y racionalista, soy un desastre haciendo la cama. Hay muchas cosas que soy y muchas otras que no soy. Y ante todo NO soy una diosa.