Una reflexión sobre la diversidad en la literatura
Últimamente se debate mucho sobre si es necesaria incluir o no cierta diversidad a la hora de introducir personajes en una historia. Cuando se anunció que la versión teatral de Harry Potter tendría una Hermione negra las redes sociales ardieron. Bueno, las redes sociales son mucho más inflamables que el celuloide, no es nada complicado hacerlas arder. Pero aquella polémica me hizo reflexionar, J. K Rowling nunca había especificado de qué color era la piel de Hermione, de hecho este dato era totalmente irrelevante, ni añadía ni restaba nada a la trama. ¿Importaba la raza? Al parecer a algunos sí, ellos la habían imaginado dentro de su zona de confort y eso incluía lo que tenían más asimilado: personas de piel blanca. Ahora tratad de imaginar en qué cambiaría la Tierra Media si los hobbits tuviesen rasgos asiáticos, básicamente en nada. Es un dato irrelevante. Tolkien los imaginó blancos porque él lo era, no estoy nada de acuerdo con las voces que lo acusan de racismo, no creo que fuese más racista que cualquiera de nosotros. Simplemente se limitaba a representar lo que conocía mejor, lo que le hacía sentir más cómodo. Si vamos a acusar a alguien en esos términos sería mejor que antes nos analizásemos a nosotros mismos, porque es habitual usarnos como regla para medir el mundo, y al hacerlo siempre nos quedamos cortos.
Uno de los argumentos más manidos a la hora de representar a personas que no entran en el patrón normativo es decir “la historia no lo necesitaba” o “eso es forzar la trama” y al decirlo damos por sentado que las personas cuya raza, sexualidad o capacidades se salen del marco de lo que es considerado “normal” por nuestra cultura occidental necesitan tener relevancia o algún tipo de justificación para que tengan el derecho de aparecer en ellas. Un vecino en silla de ruedas no puede ser simplemente un vecino, veremos su discapacidad, no el hecho de que es, ante todo, una persona. El detalle de la silla de ruedas debería tener una explicación dentro de la narración o si no ¿para qué está ahí? Pero podría ser solo una nota de color, el vecino podría usar una silla de ruedas o ser un heavy de la vieja escuela y ser solo una forma de retratar que en el mundo hay personas de todo tipo. No hay que justificar algo que es una realidad: existen personas en sillas de ruedas, personas que trabajan, que tienen mascotas, que te saludan en el ascensor. Personas amables o maleducadas. Cultas o analfabetas. Solo eso, personas.
En los últimos tiempos hemos escuchado mucho que presentar a una minoría (racial, sexual, etc) es una cuota, o bien un ejercicio de visualización intencionado. Pero yo creo que eso es la realidad. Si la orientación sexual de un personaje no es relevante para la historia, ¿por qué no hacerlo homosexual? No hay ningún motivo para no hacerlo, salvo la tendencia a escribir desde nuestra propia zona de confort, salvo que por inercia siempre acudimos a lo más cercano, más estándar, más simple. Pero la realidad no es así ¿Es relevante el sexo de un personaje? ¿o su género?¿o su identidad sexual? Si no lo es, no hay motivo para no adoptar algo que se salga fuera del marco normativo.
No me sirve la excusa de “no lo pide la trama” para justificar que a veces ciertos aspectos de los personajes están limitados un sistema de cuotas o de representación que no tiene nada que ver con la realidad, solo con la zona de confort del escritor y tampoco pido que las historias sean como los antiguos anuncios de coca cola, multiracionalidad de plástico, falsa y feliz. No se trata de convertir la literatura en un espejo de corrección política, sería peor el remedio que la solución. Pensad en la acertada representación de novelas como “la chica mécanica” de Paolo Bacigalupi, donde además de una sociedad distópica se muestran los encontronazos culturales y raciales de una sociedad al borde del colapso.
Es cierto que un escritor no debe forzarse, pero también es cierto que a veces deberíamos hacer un esfuerzo consciente por llevar la normalidad a ciertos colectivos condenados a ser una eterna cuota.